Y la recompensa al final del camino llegó. José María disfrutó de la satisfacción de un sueño cumplido en una plaza engalanada al estilo medieval, y en una Catedral que tenía una bonita sorpresa esperándole. ¿Acompañamos a nuestro amigo en esta última etapa?
Hola de
nuevo. Última etapa del camino. Ya se acaba. Empezamos a caminar y está muy
concurrido. Mañana soleada, y después de 3 Km., desayunamos y seguimos.
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José María preparado para la etapa final. |
Al poco de
desayunar, subimos una pendiente que parecía que no tenía fin, aunque despacito
se llega a todos lados. Rodeamos el aeropuerto de Santiago, y aquí decido
quedarme en el aeropuerto, pues eran las 11, y tenía que estar en la diálisis a
las 13:00 y no sé dónde podría estar la siguiente parada de bus, así que prefiero
asegurar.
Llegué a la
policlínica sobre las 12:30, y me recibió una enfermera que me indicó que ese
turno de diálisis estaba completo, pero que en la planta superior hay otra sala
de hemodiálisis, y que la tenían preparada para mí y otra señora.
Antes de la
sala hay un hall de espera con taquillas y un baño y después otra puerta que da
acceso a la sala. Me contactan y me informan de que no dan comidas pero me
ofrece algo de beber.
Todo va
genial, y cuando me desconectan, me salgo de la sala, agarro mi mochila y entro
en el baño para volver a colocarme las botas.
Cuando salgo
del baño al hall, y voy a acceder al pasillo del hospital, veo que han cerrado
la puerta… (Noooooo).
Pienso que demasiado
bien estaba yendo el día aunque menos mal que no habían cerrado la puerta de la
sala, así que entré, busqué el teléfono y, como normalmente tienen una hoja con
los directorios telefónicos internos del hospital, la encontré y llamé a la
otra sala de diálisis.
El auxiliar subió
corriendo y me abrió la puerta. Se disculpó varias veces, pero yo le exigí
enérgicamente la hoja de reclamaciones hasta que me entró sentimiento y le dije
que era una broma, que no había ningún tipo de problema, que era algo normal en
mi vida.
Cuando eran
las 5 de la tarde, llamé a mis compis y me estaban esperando junto al hotel que
habíamos reservado en el centro, cerca de la plaza del Obradoiro, para entrar
los cuatro juntos a la plaza. Fue todo un detalle que me sorprendió muchísimo.
POR FIN. Lo
conseguí. Lo logramos. Nos hicimos no sé cuántas fotos en la plaza y accedimos
a la catedral. Le pasamos la mano a la figura del apóstol Santiago, y nos
sentamos en un lateral en primera fila.
Al poco se
sentó a mi lado una señora mayor que me indicó que yo estaba en su sitio. La
suerte fue que sacaron el botafumeiro, y la señora me informó de que si lo
habían sacado era porque alguien había pagado para que lo sacaran. Y
efectivamente, el cura indicó que en la misa estaba una congregación
norteamericana cristiana, gracias a la cual, teníamos el placer de ver el
botafumeiro que, para colmo, volaba justo por el lado donde estábamos ubicados.
No pude imaginar mejor broche final para la gesta que acababa de conseguir.
Era viernes,
y ese fin de semana había en el centro un mercado medieval así que disfrutando
de todo el jolgorio de las calles, recogimos “la compostelana” que es un certificado
de que has realizado el camino, lo que demuestras sellando una cartilla por
distintos establecimientos durante el recorrido.
Y, como broche, esa noche salimos a cenar con
los peregrinos que fuimos conociendo durante el camino.
En fin, pensáis que ya se acabó, ¿verdad? Pues todavía
no he llegado al sur. Aún queda alguna que otra odisea, ya veréis.
Por José María Prieto.