Rosa Pérez (@mrsrosaperez) nos acompaña en la semana del II Congreso de la Escuela de Pacientes con un emotivo relato que nos recuerda la importaNcia de escuchar la voz de los y las pacientes. Gracias Rosa por traernos a personas como Julia, que nos enseñan cada día a crecer como personas. "No estáis solos"
I Congreso Escuela de Pacientes. |
- Julia, no tengo tiempo de estar aquí, pero se me ocurre una cosa, ¿por qué
no me escribes una carta con esto que me querías contar?- Julia me miró como si
no entendiera la pregunta.
- ¿Una carta?, me dijo.
- Sí, así la podré leer con
calma y con el tiempo necesario, ahora debo seguir trabajando, Julia. -Pensé en
toda la medicación que tenía pendiente en el carro de curas y en que aún no
había escrito en el parte de turno de enfermería. - Julia, toma, papel y boli y
antes de acabar mi turno paso a recoger la carta, ¿vale?
-Vale, susurró, no muy
convencida.
Ese verano trabajaba en la planta de medicina interna de un gran hospital,
había terminado el año anterior mi carrera de enfermería y sentía que podía
seguir aprendiendo mucho gracias a los pacientes a los que cuidaba. Julia, de 78
años, estaba a punto de enseñarme una lección que no olvidaría el resto de mi
vida.
Al terminar el turno a las diez de la noche, pasé por su habitación, ella
parecía dormida, pero encima de la mesilla había dejado un papel doblado con mi
nombre escrito con letra temblorosa. Lo cogí y lo guardé en un libro que llevaba
dentro del bolso.
Recordé el papel al día siguiente, cuando saqué el libro del bolso y se
escurrió entre sus hojas. Recogí el papel y al leerlo noté como el corazón latía
más rápido: "Mi niño está muerto, echo de menos a mi niño cada día, sólo quiero
estar con él, quiero morirme." No podía ni adivinar por un momento que era eso
lo que me quería decir ayer y el tiempo no pasaba para llegar al trabajo y a la
habitación de Julia.
Fue lo primero que hice al llegar, pero ella estaba acompañada de un
familiar, así que no hice referencia a la nota. Sólo le cogí la mano fuerte y le
sonreí. -Hola Julia, ¿cómo llevas el día? -Regular, pero no me quejo, me
respondió guiñándome un ojo. Desde ese día me esperaba una carta cada día en su
mesilla hasta que se acercó el fin de mi contrato estival, estaba contratada
para cubrir las vacaciones de verano de una enfermera de esa planta.
- Julia -le dije cuando se acercaba el día de dejar de vernos. -En dos días
debo irme, pero me gustaría seguir sabiendo de ti, ¿te importa que te visite de
vez en cuando?.
-Mi niña -me dijo- No creo que esté mucho más tiempo aquí, el
doctor ha dicho que me enviarán a casa pronto, para poder descansar allí.
Sabía que le darían el alta para seguir con el tratamiento paliativo en
casa, así que le propuse escribirle a su casa y que ella me escribiera si podía
hacerlo.
Recibí dos cartas suyas desde su domicilio, en la última costaba entender
su letra, por lo que entendí que su enfermedad estaba avanzando. No supe nada
más de ella.
Julia me enseñó el valor de la compañía, de la necesidad de hablar cuando
no existen palabras para hacerlo y que una carta puede significar la diferencia
entre saber y no saber a quien cuidas a diario y la diferencia entre la soledad
y la compañía.
Han pasado más de 20 veranos desde que conocí a Julia y en mi casa tengo
cartas de muchas personas, que como Julia, me abrieron su corazón y su alma,
personas que sintieron que podían escribir sobre su sentir sin ser juzgadas,
desde mi corazón les agradezco a todas ellas su valentía y el dejarme entrar de
esa forma en sus vidas. Respeto cada una de ellas y sus vidas me acompañarán
hasta el fin de mis días.
Ellas forjaron a la enfermera que soy ahora y me hicieron valorar cada uno
de los instantes que pasé junto a ellos. Y también me enseñaron que en ocasiones
escribimos aquello que no podemos decir en voz alta...
A todos ellos les respondía siempre con otra carta en la que
empezaba diciéndoles: "No estás solo"
No estáis solos.
Por Rosa Pérez
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