Paloma Ruiz, compañera de este proyecto Escuela de Pacientes, se acerca hoy a este blog como psicóloga, experta en temas de sexualidad y nos aporta un punto de vista muy interesante para la vida sexual de los pacientes crónicos. Paloma es psicóloga y es responsable de varias de las aulas de la escuela de pacientes.
Hace poco leí en el periódico una noticia
con un triste final para los enamorados de todo el mundo: los
llamados "candados del amor", que las parejas empezaron a colocar en
el puente Milvio de Roma imitando a los protagonistas del libro del italiano
Federico Moccia "Ho voglia di te" (Tengo ganas de ti), iban a ser
retirados y no podrían volver a colgarse.
Por lo visto, el ayuntamiento tuvo que colocar veinticuatro
columnas de metal a lo largo del puente para que los enamorados pudiesen
colgarlos, pero, al no caber ni uno más, los pequeños candados comenzaban a
desbordarse por todo el puente, contaminado así las aguas que previamente
custodiaban. A esto hay que sumarle la cuestión de la seguridad, pues el peso
de la gran masa de hierro hacía peligrar la estabilidad de las farolas y de los
muros.
Lo
cierto es que desconocía la existencia de esta práctica convertida en tradición
desde hace ya varios años, consumada no sólo en Roma sino extendida a los
puentes de todas partes. Pero, dejando a un lado sus posibles
consecuencias medioambientales y de seguridad, lo que llamó poderosamente mi
atención fue el hecho de que esta férrea epidemia respondía a una necesidad de
significar el propio amor a través del acto romántico de otras personas. Lo
triste del artículo no era que esta moda tuviera que acabar, sino que se
tratara de una imitación.
Hemos llegado a punto en el que precisamos de lo que otros
hacen para reafirmarnos en lo que hacemos nosotros. Carecemos de modelos
propios, y para seguir funcionado con (aparente y habituada) normalidad,
reproducimos todo aquello que hemos visto y que nos han enseñado. Nos hemos
convertido en unos plagiadores profesionales, orgullosos e ignorantes de serlo.
Esto no pasa únicamente en el tema del amor, también, y no
menos importante, es la parcela de nuestra vida sexual. Nos han dicho que
debemos practicar mucho sexo, cuantos más, mejor; aguantar todo lo posible
durante los encuentros; sorprender a nuestro acompañante con posturas y
piruetas que bien podrían trasladarse al interior de la carpa de un circo... Pero,
ni esto es posible, ni tampoco todos somos iguales. Nuestra singularidad,
aquello que somos, sentimos y experimentamos de manera única y que nadie más
puede llegar a vislumbrar en su totalidad, requiere de tiempo, atención y, por
supuesto, muchos mimos. Por este motivo, entender y asumir quienes somos y
trasladarlo al universo de nuestra sexualidad es una tarea indispensable para
poder vivenciar nuestros encuentros de una manera con la que, simplemente, nos
sintamos y hagamos sentir bien.
Muchos pacientes crónicos han sido testigos de cómo su vida
sexual sufría cambios que demandaban una urgente adaptación. Los modelos
aprendidos durante generaciones ya no les sirven, y ante la falta de uno
propio, la idea de que la sexualidad ya no es para ellos comenzaría coqueteando
con sus pensamientos para más tarde llegar a asentarse. Pero no podemos
equivocarnos, sería injusto y poco realista. Para empezar, porque no es que los
viejos modelos no les sirvan, es que no le sirven a nadie. Y, en segundo lugar,
porque debemos tener en cuenta nuestra individualidad, siempre en constante
evolución, bien por condicionamientos externos (como puede ser una enfermedad),
o bien por nuestro inabarcable y cambiante mundo interior.
Durante mi ejercicio como psicóloga, en estos años he
recibido numerosas consultas relacionadas con la sexualidad. Algunas de las
cuestiones más solicitadas han sido: “¿Cómo puedo disfrutar y hacer disfrutar a
mi pareja ante X circunstancia que nos sucede?” “¿Cómo innovar para no caer en
la rutina?” “A mi pareja no le gusta X práctica, ¿entonces qué hago?”… Cuando,
en realidad, todas estas preguntas responden a una sola: ¿Cómo superar el
miedo?
De una u otra forma todos somos pacientes. Existe una
casuística personal en cada uno de nosotros, sí, pero coincidimos en algo:
somos pacientes del miedo. Y éste no puede hacer que nos alejemos de algo tan
importante como es nuestra sexualidad. Prescindir de ella supondría despojarnos
de una parte esencial de nosotros mismos repleta de beneficios, incluidos para
la salud.
Adaptarnos a los continuos cambios, por supuesto, es una
tarea de gran envergadura que requiere de mucha valentía. Y, de nuevo, nos
encontramos con que somos distintos y nuestras circunstancias también lo son. En
algunos casos la transición hacia la reconquista de nuestra sexualidad, cuando
ésta se encuentra dificultada, deberá ser más lenta que en otros. Pero claudicar
nunca debe ser la opción: hay demasiados placeres terapéuticos en juego.
No pongamos más candados en puentes, por favor. Y busquemos
nuestra propia forma de disfrutar de nuestro cuerpo y sexualidad, aunque
creamos que es diferente a la de los demás. Siempre lo es, eso es lo mejor de
todo.
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